Descubre la saga familiar que, desde 1980, mantiene viva la llama de la tradición gastronómica malagueña a pie de playa en Las Palmeras
Querido hedonista, hoy te quiero hablar de mi peregrinación gastronómica a un auténtico santuario de la cocina marenga malagueña: el Restaurante Las Palmeras, en el barrio pesquero de Pedregalejo. Un lugar con solera donde cada bocado atesora más de cuatro décadas de historia y amor por el producto local.
Todo comenzó en 1980, cuando María y Bernardo, tras regentar una tienda de ultramarinos en La Malagueta y dos puestos en el mercado de El Palo, decidieron junto a sus hijos abrir el chiringuito a pie de playa. Desde entonces, varias generaciones de la familia Murillo han mantenido viva la llama de la tradición, adaptándose a los nuevos tiempos sin perder un ápice de autenticidad.
Pero, ¿qué es exactamente la cocina marenga? Como bien explica su tercera generación, Enrique Murillo, con quien tuvimos ocasión de grabar nuestro pódcast Vermú Torero, se trata de la cocina marinera tradicional de Málaga, elaborada con el producto de la pesca que los pescadores faenaban en el litoral. Una cocina sencilla, pero sabrosa, «nacida de manos de mujeres en cocinas de carbón a pie de playa», como su tía, la actual cocinera, que sublima la materia prima sin enmascarar su esencia. ¡Ya se encarga su padre de pasarse por allí a comer para comprobar que la están manteniendo!
Una gastronomía de lujo para un chiringuito
Y esa filosofía es la que se palpa en cada bocado que catamos en nuestra visita. Arrancamos con unas conchas finas crudas, carnosas y limpias, que solo pedían un sorbito de manzanilla pasada Goya XL para alcanzar el nirvana. Seguimos con unos búsanos (nombre homónimo de las cañaíllas, solo que en este restaurante escogen las más grandes) y unas coquinas malagueñas fuera de lo normal que no necesitan más aliño que un buche de manzanilla Papirusa, que es más suave y no eclipsa la potencia de su carnosidad.
Y qué decir de la degustación de quisquillas de hueva azul en salmuera, cocida y a la plancha. A la mayoría de los gastrónomos les gusta más cruda, y, desde luego, la salmuera con limón, junto con la manzanilla, aporta salinidad. Si bien, para Enrique y para mí, la que mejor se expresa es la planchada, porque el calor eleva el sabor no solo al cuerpo, sino, sobre todo, a la cabeza. ¡Todo un descubrimiento es trío!
La fritura marenga es otro punto álgido: salmonetes, puntillitas o calamaritos y boquerones recién sacados del mar que, gracias a un aceite impoluto y un rebozado sutil, te devuelven a la más tierna infancia, cuando todo se hacía bien, con sus sabores inconfundibles, no de esas frituras donde todo sabe a lo mismo y se mastica como el chicle.
El espeto, una tradición que, en Las Palmeras, es arte
Pero si hay un protagonista indiscutible en Las Palmeras, ese es el espeto, seña de identidad de la casa. Para quienes no lo sepan, «espetar» es el arte de ensartar los pescados en una caña para asarlos a la brasa, clavada en la arena, a merced del fuego de olivo y la brisa marina. Un oficio que aquí domina Cristian, heredero del maestro espetero Bernardo Murillo.
Probamos unas gambas blancas de La Caleta, pura mantequilla, que chupamos y pelamos para degustarlas de un bocado regadas con un Amontillado del Puerto de Lustau. Continuamos con una suculenta gamba roja de Garrucha, apenas minuto y medio a la llama, exprimiendo la cabeza a fondo para sacarle todo ese toquecito a brasa.
Y como colofón marengo, las reinas de la casa: las sardinas malagueñas, del tamaño perfecto, jugosas y sabrosas. La clave está en sacudirles levemente la sal para que no enmascare su delicada carne y todo para adentro, combinando con sorbitos de sherry.
De postre, una tarta de queso payoyo curado en su más pura esencia: buen grosor de galleta y nada de florituras. El broche ideal para una comilona de campanillas.
La bodega, única en un chiringuito
Y qué decir de su bodega, un pedazo de vinoteca con más de 200 referencias que abarcan todos los estilos imaginables. Champagnes de prestigio como Krug o Bollinger conviven con burbujas nacionales de nivel como Recaredo o L’Origan. Entre los blancos, destacan joyas de Borgoña como un Meursault de Jobard o un Chablis Grand Cru de Gueguen, además de lo mejorcito de cada DO española.
Los tintos son pura historia viva, con nombres como Pingus, Vega Sicilia Único, L’Ermita o Contador. Y no faltan rosados de autor como el Clarisse o el Muga, ni generosos sublimes como el oloroso El Cerro de Callejuela, ya en extinción, lamentablemente para los sherrylovers. Una carta de vinos de ensueño para disfrutar a pie de playa con el barco del espeto expandiendo sus aromas marinos.
Otro detalle que siempre apreciamos mucho los sibaritas tiquismiquis como servidora es ese servicio de sala a la altura con mantel y cubertería de nivel, liderado por Enrique Murillo, quien se encarga de imprimir a diario esa carta con la pesca del día. Sí, la fresca, la que se expone con orgullo en su vitrina, porque esas cosillas son las hacen de Las Palmeras mucho más que un chiringuito.
En resumidas cuentas, querido/a hedonista, puedo poner la mano en el espeto por que Las Palmeras es ese lieu unique donde degustar la auténtica cocina marenga malagueña, con espetos de primera y una historia familiar detrás que es garantía de calidad. Tradición e innovación bien combinadas para ofrecer una experiencia gastronómica total a pie de playa. Reservad ya, porque estaréis en manos de los reyes del espeto. ¡Ea, buen provecho!
Si estás por Málaga, ¡ni se te ocurra no ir a Beluga antes de que obtenga la estrella Michelin!