Mi réplica a la columna misógina de un periodista que La Vanguardia no ha tenido reparo en publicar a pesar de generalizar contra la mitad femenina de la población.
Si no queréis leer mi columna, tenéis el vídeo aquí y os vais a divertir:
Aquí, por escrito:
Señor Joaquín Luna, imagino que el apellido responde al lugar donde reside, a tenor de su columna en La Vanguardia ‘Las chicas van de cena’. Es obvio que usted no baja mucho a cenar a los restaurantes de La Tierra, porque muy probablemente tendría que comedirse mucho a la hora de generalizar sobre cómo comemos las ‘chicas’, todas.
Seguramente, usted sería de esos que se sorprenden en todo el mundo mundial cuando me pido un chuletón de kilo con una botella de vino para mí sola y se piensan que me van a sobrar. En la vida me he llevado yo un tupper con sobras y las ensaladas me las hago en mi casa, porque, oh, sorpresa, no por ser mujer me gusta cocinar.
A mí lo que me gusta es comer, tanto que, en los últimos 25 años, he hecho de ello mi profesión como periodista especializada en gastronomía y en vinos. Le diré más, pero siéntese, que se me va a desmayar: voy a ser la primera persona española con el título de Sumiller de Carne oficial de la Universidad de Buenos Aires. ¿Usted qué me decía que hacía con su vida? ¿Escribir columnas criticando a más de la mitad de la población? Yo, dar voz a las mujeres en el sector gastronómico en general y en el sector cárnico en particular.
Porque no sé si le sonará que existe una asociación que se llama Mujeres en Gastronomía (MEG) compuesta por profesionales de todos los ámbitos, apasionadas por la cocina, el vino, el producto de calidad que cultivan, crían o elaboran ellas mismas: chefs, productoras, ganaderas, artesanas, diseñadoras, críticas gastronómicas y empresarias de la restauración que están transformando este sector taaan masculinizado que no nos ven.
Prueba de ello es su columna, que habrán aplaudido otros dinosaurios como el que el otro día me explicó, sin preguntarle, en un bar de platillos a compartir, que no es lo mismo la vaca rubia gallega curada y madurada con 60 días que el jamón. Señor, muchas gracias por ilustrarme, si no fuera por ustedes, yo estaría comiendo nabos.
Comería nabos y hojas para estar delgada, ¿verdad? Todas las mujeres del mundo comemos forraje para gustarles a los dinosaurios, claro que sí. No nos preocupan el bienestar animal, ni nuestra salud, ni tenemos conciencia medioambiental, ni una comprensión avanzada de las tendencias gastronómicas globales, como el enfoque en productos frescos, sostenibles, solidarios, de temporada y, por ende, de calidad.
No, es que somos unas superficiales.
Nosotras hablamos sobre los hombres, sobre sentimientos más que sobre sexo, sobre dietas y niños, no hay más. En su cabeza, claro. No me voy a meter en guerras generalizadoras insinuando que los hombres solo hablan de deportes y de videojuegos cuando se juntan, porque todos mis amigos se integran perfectamente cuando coinciden con mis amigas en nuestros encuentros gastronómicos. ¡Es más, en MEG, hay socios hombres!
Todavía ninguno se ha sorprendido de que nosotras hablemos de gastronomía, de cultura, de nuestras profesiones y negocios, o de las formaciones que seguimos haciendo. Hasta interesantes e inteligentes les parecemos. Pero claro, es que un machista y misógino nunca caería en nuestras mesas, o no duraría mucho allí sentado, porque tenemos demasiado buen criterio para todo.
Y encima nos ha dado por quedar en restaurantes para demostrarlo, con lo bien que estábamos en casa, con la tacita de té, charlando sobre las miserias de las relaciones maritales.
Ahora nos divorciamos y salimos con las amigas a chismorrear en torno a unas copas de vino blanco empalagoso y tres platos para compartir entre ocho, apropiándonos de espacios tradicionalmente masculinos y, para más INRI, sin molestarnos en prestarles atención. Es que a dónde vamos a parar, que no salgamos de casa para ponernos a tiro de los machos cazadores de toda la vida de Dios.
Si usted viera las bacanales que montamos en las reuniones, no ya solo con las mujeres gastrónomas de MEG, sino con cualquiera de mis grupos de amigas, siempre alrededor de una buena comida y mejores vinos… Por supuesto que compartimos, para probar más recetas, pero tampoco es una tendencia actual ni femenina, lo hace cualquier ser con curiosidad y en todo el planeta Tierra.
De hecho, parece mentira que haya usted viajado tanto en su carrera como corresponsal, porque compartir es una costumbre habitual en todas las gastronomías internacionales y, desde hace décadas, es muy normal, en los restaurantes, ofrecer menús degustación compartidos, igual ha sido idea de los cocineros por rentabilidad, no culpa de las féminas, que lo expliquen ellos mismos. A lo mejor, cuando salga de su reducto, señor Luna, además de la boca y el estómago, debería abrir la mente para no estereotipar.
Yo le digo esto porque ir con estereotipos en pleno siglo XXI le hace caer en prejuicios como que las mujeres nos damos de leches por un miserable postre, supongo que, de nuevo, por las calorías. Y mire, no, no es porque contemos calorías, es por la madurez del paladar.
Resulta que, durante la infancia, nos gusta más el dulce, pero, según vamos evolucionando y probando más sabores, nos empiezan a tentar más los amargos, el umami de la grasa del jamón y de la carne, los ácidos… Y dejamos el azúcar para los infantes, ya sean por edad o por desarrollo intelectual. Espero que esa tarta que se está comiendo a solas en la Luna le siente fenomenal.
Fantastico artículo. Creo que a Mr. Luna se le va a atragantar el almuerzo cavernicola…
Yo no lo habría dicho mejor. Gracias por ponernos voz y darle la replica a este «buen señor».