- El proyecto de vinos tranquilos en el Penedés de la familia elaboradora de los cavas premium de Pere Ventura, con la misma calidad y unas instalaciones ideales para el enoturismo.
Toda una señora es Mireia Juvé, que nos recibe, preciosa y elegante, en los portones de su propio hogar, en la casa señorial donde se integra la pequeña bodega de Can Bas Domini Vinícola y en los viñedos del Penedès donde se respiran sus 2.700 años de historia, que incluye hasta una capilla de origen románico.
Y nos cuenta la historia de su proyecto familiar desde su punto de vista más emocional: «Pere Ventura es la cuarta generación vinculada con el mundo del cava y, aunque la historia de su familia es curiosa y bonita, ninguna de las generaciones anteriores fueron propietarias de viñedos”.
Como tampoco hubo herencia de la que partir, Pere Ventura y Mireia Juvé, su pareja desde hace décadas, partieron desde cero en Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona) y empezaron pensando en tener su propia bodega. De hecho, llevan comprando uva a los mismos viticultores desde hace 30 años, que son como una especie de familia.
En total, cuentan con unas 123 hectáreas de viñedo controlado en las que Ventura y Juvé les piden que vendimien a mano y que sea todo ecológico para mantener su estándar de calidad.
«Estos cavas son de tu propia uva»
Sin embargo, con el tiempo, iba in crescendo su deseo de poder decir un día ‘estos cavas nacen de tu propia uva’, de tener una finca propia. Entonces, en 2011, les llegó la gran oportunidad con la antigua propiedad de la finca histórica de Can Bas, con quien ya tenían relación, por lo cual fue más fácil que se avinieran a venderles a ellos, ya que se quedaban tranquilos de que Pere Ventura aseguraría la continuidad, después de 700 años en pie sin interrupción.
Incluso tras los años de decadencia que esta finca había vivido, que fueron los años 80-90, Pere Ventura y su esposa se empeñaron en redignificarla y volverla a poner en el lugar que se merecía.
Y por eso los primeros cuatro o cinco años fueron de recuperación del entorno, del bosque y del viñedo antiguo; plantación en aquellas parcelas donde hacía tiempo no había habido uva; limpieza visual del paisaje -donde había 37 postes de electricidad y telefonía que soterraron-…
En definitiva, dejaron la finca como un pequeño jardín en este oasis de viñedos que había llegado a tener 423 hectáreas. O sea, fue de las más grandes e importantes, pero cuando compraron Can Bas tenía sólo 43.
Ahora, ya prácticamente han recompactado, alrededor de la casa, cerca de 100 hectáreas, con lo cual ya se puede trabajar bien. Entre sus parcelas, conservaron las cepas de cabernet sauvignon, merlot, sauvignon blanc, syrah o muscat de grano menudo, que ocupan más o menos un 12% de toda la propiedad.
Pero, por supuesto, donde se replantó de nuevo, se pensó en variedades para los cavas Pere Ventura, pensando en xarel∙los o en macabeos e incluso en pinot noir.
De los cavas de Pere Ventura a una nueva bodega de vinos tranquilos
Y de ahí partió la idea de recuperar la bodega de Can Bas, que no estaba habilitada para su explotación comercial, sino para uso familiar. De modo que utilizaron el mismo circuito para elaborar sus vinos y la equiparon de la forma más profesional posible para poder tener esta pequeña colección de vinos de Can Bas, que no pasan nunca de las 25 o 30.000 botellas.
Es su parte más romántica, la no comercial, la premium, la de calidad con perfil más afrancesado que los vinos del Penedès. No hay más que entrar en ese santuario y ver la roseta que ilumina de azul los pequeños e impecables depósitos de vinificación para darse cuenta de que, para esta pareja, la enología es religión.
Y el resto de las estancias son abrumadoras, decoradas con un magnífico buen gusto, utilizando las luces para dar protagonismo a las barricas o las ánforas en las que elaboran sus vinos, con crianza sobre lías y maceraciones muy especiales como los blancos La Romana y La Creu, sensacionales; o el syrah La Capella, una perdición.
Un recorrido unido a la historia del vino en la península ibérica
Can Bas tiene restos íberos de un poblado que se encontró, arando así a lo tonto, en el año 51. Y, casualmente, el antiguo propietario tenía un amigo arqueólogo que justo estaba fundando el Museo del Vino de las Culturas del Vino de Cataluña, llamado hoy en día Vinseum.
De modo que este rescató todas las piezas que pudo, hizo los cuadernos de campo, lo llevó todo al museo y allí que está todo conservado, demostrando que aquí vivía gente hace 2.700 años, gente que bebía vino y sabía elaborarlo.
Al cabo de dos años, se repite una historia muy similar, cuando se encontraron los restos de una villa romana importante del siglo I. Que también se llevaron al museo mobiliario y objetos, por ejemplo, ánforas, que hablan del consumo, de la conservación, de la elaboración y de la comercialización de vino. Es decir, en esta finca había una realidad hace 2.000 años vinculada con el mundo del vino.
Pero lo más interesante es que, según los documentos de compraventa entre el abad del monasterio del cual dependía esta iglesia y el hijo del vizconde de Barcelona, donde uno le compra molinos y el otro le compra los viñedos de Sant Joan Salerm, se demuestra que, en el siglo XII, aquí había mucho cereal, pero, sobre todo, alrededor de esta iglesia, había gente viviendo y cultivando viñedos.
Milenios de historia y arte
Esta finca, que perteneció a la misma familia durante 27 generaciones, vivió toda la prosperidad que supuso, al menos en la historia del vino en Cataluña, la venta de vino y de aguardiente, sobre todo hacia Inglaterra en el período de la Edad Moderna.
Vivió, por supuesto, el desastre de la filoxera, quedó arrasado el viñedo, que recuperaron con variedades blancas, aunque también se plantaron variedades tintas como la cabernet del año 70, que da como fruto un P9 y un Monreal que van a hacer que te guste, por fin, la cabernet sauvignon.
A principios del siglo XX, cuando la propiedad quiso demostrar el poderío de esta finca, reconvirtió la casa que tenía la típica forma de masía y le añadió una señorial fachada de estilo ecléctico, poco habitual en el Penedès.
El Cristo, tatuado con el lema de Can Bas
Tampoco es habitual encontrarse con un Cristo tan espectacular como la pieza escultórica diseñada por Jordi Díez Fernández, que es un escultor que siempre dice que necesita que sus esculturas, antes de venderlas se despierten, se oxigenen, estén en contacto en un ambiente, por ello siempre busca localizaciones donde exponerlas durante un tiempo.
Por eso, cuando vio la capilla de la iglesia, le dijo a Mireia: «oye, es que esto está hecho exactamente para la escultura del Age Quod Agis», ¿me la dejas traer?». La trajo, la expuso y, para evitar que se la quitaran de las manos, se la compraron. No solo por su belleza, sino por el título de la obra, la expresión latina «Age quod agis et bene agis», que quiere decir «haz lo que hagas, pero hazlo bien». Justamente el lema de Can Bas.
No tienes más que pasar a la sala de catas, dentro de la propiedad, para sentarte en su salón como si estuvieras en su casa, y dejarte llevar por la sumiller, Esther Millas, para probar sus grandiosos blancos y sus tintos maridados con la elegancia que caracteriza a la familia, incluidos los grandiosos de viticultura heroica de Merum Priorati, en la DO Priorat.