• La mejor obra de teatro que he visto en mi vida ha llegado, por fin, a Barcelona y solo le pido al director, Sergio Peris-Mencheta, y al actor que siga de gira hasta que resucite Federico García Lorca.

Llevó desde que Juan Diego Botto estrenó Una noche sin luna queriendo ir a ver su obra, en noviembre de 2020, pero entre mis viajes y una lesión que él tuvo, me había resultado imposible reservar una entrada hasta que anunció su fin de gira en Barcelona para este diciembre de 2022.

Como soy fan suya desde que interpretó a Martín Hache cuando más o menos éramos igual de adolescentes los dos, llegué al Teatro Nacional de Cataluña tan emocionada como cuando lee entrevisté a mis veinticuatro años por la obra de Rosencrantz y Guilderstern han muerto.

Cuando ya estaba toda ilusionada en la butaca, apareció el actor con cara de circunstancias, anunciando que tenían que cancelar la obra porque había recibido una querella judicial por sus textos.

Algo que no me extrañó nada, teniendo en cuenta el país de pielfinistas en el que vivimos. Y, además, pensé que, definitivamente, estaba destinada a no ver esta obra.

Una noche sin luna

Así se estaba quedando mi velada, sin luna. Pero, como buen artista que es Juan Diego Botto, para darnos las explicaciones pertinentes, montó un monólogo que ya se empezaba a parecer a una representación, en concreto a una obra política como la que habíamos venido a ver.

Yo espero que la broma de la cancelación no la hagan todas las noches hasta el final de la gira para no hacerle el spoiler, pero finalmente, Juan Diego botto se subió al escenario y apareció Federico García Lorca en su más pura y sensible versión.

En un escenario básico de madera que albergaba muchas sorpresas que el actor se iba sacando de la manga, el texto nos fue llevando desde el mito de Teseo, pasando por toda la vida del poeta granadino, con sus poemas, sus anécdotas y sus amores, desde su voz de muerto revivido por la voluntad de Botto de que nunca se muera en nuestras memorias.

¿Por qué tanto empeño en la memoria?

Pues porque la vida de Lorca sirve como hilo conductor para recordarnos nuestra memoria, porque sin conocer nuestra historia y sin recordar todo lo que nos ha traído hasta aquí, perdemos la verdadera identidad como país y estamos vendidos. Tanto como si no tenemos acceso a la cultura, otra de las reivindicaciones del poeta y del actor.

Este punto, el de la identidad española como cada uno la quiera entender, es lo que lleva al protagonista a entablar una alcalorada discusión, muy propia de los cuñadísimos de España, que le permite sacar a escena todo ese discurso derechoso que niega no sólo la memoria histórica, sino los derechos de todos los que no piensen como ellos.

En un hilarante descargo de argumentos típicos del ‘no, si yo no soy homófobo, pero…’, ‘no, si yo no soy racista, pero…’, ‘no, pero no si yo no soy machista, pero…’, etc. Juan Diego Botto mantiene la tensión con ironía y, de repente, vuelve a la sensibilidad de Lorca con un fascinante juego de voces, tonos o volúmenes que te llevan y te traen por el universo del artista y sus etapas hasta la propia fosa.

Un final apoteósico

El momento del fusilamiento, toda la descripción y el recuerdo del amor de su vida, ya son las rematadera para acabar llorando en Una noche sin luna. Ni siquiera el propio Juan Diego pudo contener las lágrimas después de dos años de tour. 

Mi sensación al acabar los 10 minutos aplaudiendo todos de pie, además de la emoción y la alegría por haber podido asistir a semejante lujo de dramaturgia, fueron unas inmensas ganas de subir al escenario y abrazar a Juan Diego Botto. Y de transmitirle que si ya era grande en Martín Hache, ahora ha alcanzado todas las cimas porque, honestamente, no sé si Una noche sin luna es superable.

Y con esta reseña teatral vuelvo a retomar la década que pasé escribiendo sobre teatro al llegar a Barcelona. Algo de lo que tendréis noticia por aquí y por el podcast de Vermú Torero.